Tamerza

Otra antigua ciudad romana, la vieja Ad Turres, se convirtió, con su desaparición, en el actual oasis de Tamerza, protegido tras una cadena de montañas en cuyo profundo valle todavía se puede contemplar un pequeño poblado de destartalados alojamientos mientras la vista se extiende por los infinitos espacios de la llanura tapizada del oro de las dunas arenosas que constituyen la antesala del inmenso desierto.


Mantiene Tamerza una pequeña población que cuida el pequeño poblado situado al lado del arroyo, salpicado de jardines y grupos de palmeras y con unas vistas excepcionales sobre su desolado entorno en donde se incrustan trabajosamente pequeños espacios cultivados con esfuerzos infinitos.



Muchos son los paleontólogos que acuden a Tamerza en busca de restos que avalen las más diferentes teorías sobre la evolución del género humano y numerosos son los sedimentos de antiguos asentamientos neolíticos que constituyen el mejor de los libros de texto para el estudio de la humanidad y su entorno en tiempos remotos.


Un inmenso lago de sal En otra de las zonas cercanas a Tozeur, otro fenómeno natural constituye motivo de excursión y admiración ante su grandiosidad difícilmente imaginable.



Tamerza, es sobradamente conocido por su cascada y por la parada de los grupos organizados que viajan a bordo de los jeeps. No se pasa mucho rato hasta que una ola de todoterrenos inunda el oasis de alemanes, franceses y rusos.



El sol aún no brillaba en el oasis, unas altas montañas lo impedían, por ello y por el gran número de turistas que se había congregado determinamos retomar parte del camino ya hecho y conocer el oasis de Mides.


A éste no han llegado los tours, por lo que su visita es relajada. Tampoco hay muchísimo que descubrir, es un pueblo semiderruido y abandonado encima de un gran cañón seco y que le da su característica de inexpugnable. Un bonito palmeral y los souvenirs, rosas del desierto, turbantes, pequeños camellos de madera,...



En el trayecto de vuelta os recomendamos deteneros para ver desde la carretera, el antiguo pueblo de Tamerza, abandonado a raíz de unas inundaciones en 1969. Varias casas se mantienen en pie, el resto son paredes de adobe apunto de desaparecer.



En escasos minutos alcanzamos la cascada, perfecto no hay turistas, ni los vendedores nos molestan con sus propuestas. El agua está fría, qué delicioso ha de ser en verano un baño bajo este chorro. De por si, el lugar no da muchas opciones donde perder el tiempo, a no ser que se quiera iniciar un proceso de compra de recuerdos.



No se podría olvidar, al propio tiempo, la inevitable cabalgada por el desierto encaramado en la giba de pacientes dromedarios que, desde la concentración que se produce siempre en Degache, transportan pacientemente a los turistas que desean experimentar la peculiar sensación del balanceo que constituye el cansino caminar de unos animales para los que el desierto no tiene secretos y desde los que se siente una especial sensación de agradable reencuentro con el pasado.


Allí en una amplia extensión de terreno cercano a la carretera, docenas de estos pacientes animales esperan la llegada los improvisados jinetes que habrán de disfrutar del balanceo que les ha valido el sobrenombre de "barcos del desierto", a través de un camino recorrido cientos de veces a través de las dunas arenosas y bajo el reflejo de un sol que hace aparecer el paisaje como el decorado de una historia que transcurre en medio de la más fantástica escenografía.

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