El Djem

Muchas veces existen pequeños enclaves esparcidos por el mundo que nos proporcionan sorpresas muy agradables. Nadie puede suponer que en el interior de Túnez, a 200 kilómetros de la capital y a escasas horas de los complejos costeros de Monastir o Souse, se encuentra un Anfiteatro capaz de competir con el Coliseo de Roma.

Llegar a este pequeño pueblo no es fácil a menos que se vaya con un grupo que incluya la visita. Esta se suele hacer saliendo desde Souse o Hammamet y no lleva demasiado tiempo por carretera.

En caso de no viajar en grupo, El Djem está bien comunicado por tren y carretera.

Si se quiere vivir algo de aventura, lo mejor es coger un taxi compartido. Estos vehículos, donde caben cinco o seis personas, tienen destinos fijos (escritos solamente en árabe, pero si no se conoce la lengua tan solo se tiene que preguntar a los amables habitantes de la zona, que nos lo indicarán sin problemas) y no salen hasta que están llenos.

El camino por el desierto es realmente inolvidable, siempre y cuando no estemos con los ojos cerrados dada la forma de conducir de los tunecinos.

Este pueblo tiene más historia que presente. De hecho, el asentamiento tenía más habitantes en la época romana que en la actualidad. 15000 hectáreas de olivos, llevados por el Emperador Adriano, la convertían en un de los graneros de Roma. De ahí, la gran importancia que llevó a construir en la localidad un monumento impresionante.

Porque cuando el viajero llega a El Djem, realmente le parece que ha llegado a la nada. Unas pocas casas, bastantes desvencijadas, sin demasiado atractivo y con las calles repletas de niños. Sin embargo, cuando comienza a seguir las calles hacia el centro, poco a poco, va apareciendo a la vista un edificio impresionante.

Hasta que, llegando a una plaza llena de restaurantes y algún que otro camellero a la caza de turistas, se puede contemplar el Coliseo, según dicen, el segundo más grande del mundo tras el romano.

Penetrar en este monumento es hacer un viaje en el tiempo hacia el Imperio Romano. Muy bien conservado, a pesar de las veces que fue atacado y de que los habitantes del pueblo utilizaron algunas de sus piedras para construir sus casas, recorrer sus galerías por donde salían los leones o sentarse en sus asientos pétreos nos retrotrae a la época en la que los gladiadores competían en su arena y en la que con un gesto, el Emperador decidía la vida o la muerte de los que luchaban.

Desde el cielo de un increible color azul como en las postales alumbra el sol. Y no tanto alumbra, como tambien quema. De todas maneras exponemos nuestras caras, brazos, hombros y piernas a los rayos despiadados sin tener miedo.

Claro que solo despues de untarnos de pies a cabeza las cremas protectoras. Con nuestros largos y frios inviernos llevabamos tiempos extranando al solecito.El Djem nos acoge como es debido, o sea con musica.

La orquestra al parecer formada por aficionados del lugar toca bien, por lo menos el sonido fuerte se oye desde muy lejos. Es un grupo formado solamente por hombres. Asombrados por los sonidos originales de los instrumentos locales, esta vez silenciosos "Citroenes" (los claxones no lograban interrumpir la orquesta) en fila entran a la arena.Ahora nos encontramos en el mismo centro de la ciudad.
El anfiteatro de "El Djem" fue construido por los romanos y en tiempos remotos se usaba como arena de lucha de los gladiadores. En sus amplias tribunas se reunian hasta 35 000 espectadores. Los nobles como de costrumbre ocupaban los lugares mas ceracanos a la arena, la plebe los lugares mas alejados y menos comodos. Debajo de la arena habian areas de servicios que se llenaban con animales salvajes.

Desde ahi con ayuda de sencillos elevadores se llevaban a la arena los gladiadores "en marcha a la muerte".Las dimensiones de esta arena son impresionantes. ?Para que construir un teatro para 35 000 espectadores casi en medio del desierto? Resulto que "El Djem" en la epoca de los romanos era una gran ciudad, donde se cruzaban importantes caminos de las caravanas que viajaban por el desierto.

Asi que no faltaban agradecidos ciudadanos ansiosos del "pan y espectaculo" y deseosos de ver estas sangrientas batallas desde las tribunas.Para distribuir los espectadores por las tribunas evitando tumultos y confusiones los romanos crearon un sutil sistema.

El anfiteatro se dividia en sectores, hacia el conducian 64 entradas. En cada una de ellas en la parte superior, bien visibles se colocaban esculturas de piedras que representaban las cabezas de dioses o animales de tal manera que no se repetian nunca. Para poder entrar al espectaculo habia que comprar el billete, en estos billetes (para los que no sabian leer) se dibujaba la figura que representaba el sector escogido.

Los controladores antiguos nunca le permitirian entrar en un sector equivocado. De esta manera se organizaba la entrada al anfiteatro sin tantos problemas.Puede ser que gracias a la meticulosidad y diligencia de los romanos, el anfiteatro se ha conservado asombrosamente bien. Con agilidad nos subimos rapidamente a las gradas superiores desde las cuales la ciudad se veia como en la palma de la mano.

Subir hasta aqui no es tan dificil, si uno no presta atencion a los carteles en rojo con la palabra "DANGER" (peligro), pero estos solo llaman a mirar con atencion a los lados, para no caerse en algunos de los pasos de escalera, o mejor dicho "hoyos de escalera".

De todas maneras valio la pena subir hasta aqui la pesada camara, ya que desde arriba se ve un fascinante paisaje de la arena llena de Citroenes y de la adormecida ciudad banada por los rayos del sol.
En el dia de hoy las tribunas del anfiteatro estan muy bien restauradas y en el periodicamente se realizan conciertos y festivales.

La acustica creada por los antiguos romanos es tan perfecta que permite oir el sonido de una moneda caida en la escena aun en las gradas mas alejadas.... increíble... acercaros y lo comprobareis.

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