Túnez, ... la ruta islámica

Otra de las páginas del Imperio Romano en Túnez es Sbeitla, la antigua Sufetula. En ella se encuentran los impactantes templos a la triada de Júpiter, Juno y Minerva junto a foros, villas, mercados y numerosas basílicas del Imperio Bizantino.
Y mucho más al este de Sufetula, y en medio de una yerma llanura ... aparece el anfiteatro de El Jem, el sexto mayor del Imperio Romano (30.000 espectadores). Constituye el monumento más impresionante que ha dejado Roma en África. Incluso conserva, bajo la arena donde se desarrollaban los espectáculos, las galerías abovedadas donde se encerraban a las fieras salvajes y a los pobres infelices que debían luchar por su vida con otros gladiadores o con las propia fieras.
Las temperaturas se mueven entre los 31º y 33º pero la brisa marina de Sousse nos despeja y nos saca del ensoñamiento de historias de gladiadores y fieras salvajes en las arenas del Jem, para descubrir un elemento totalmente distinto a los recorridos por la etapa romana. Se trata del ribat, símbolo de la época islámica magrebí.
A finales del siglo VIII una cadena de fortalezas inexpugnables comenzaron a edificarse en la costa para defender el Islam de las incursiones cristianas. En realidad sus habitantes eran monjes-soldados que repartían su tiempo entre la oración y el combate contra los "infieles". Tanto en Sousse, como en la playa de Monastir podemos encontrar dos magníficos ejemplos de este tipo de construcción defensiva árabe con un aspecto más de fortaleza que de monasterio.
El pulso de la población se localiza en su magnífico zoco, a nuestro parecer, el mejor de Túnez. Aunque hay muchas calles repletas de tiendas para turistas con hermosas piezas de artesanía también nos encontraremos con otras calles donde hallaremos la esencia del zoco árabe, donde se comercia con las especias, fruta, ropa, utensilios de uso diario y todo tipo de artilugios para la vida cotidiana.
En uno de los altos por el zoco, nos sentamos en las escaleras de una peluquería. Hicimos migas con el simpático peluquero, el señor Guezguez Mahmud, que disponía de todo un repertorio de pósters y bufandas de equipos de fútbol europeos, incluido el Barcelona pero estaba contrariado porque le faltaba el Real Madrid. Aunque no soy seguidora del mundo del fútbol, le prometí que le enviaría un póster del equipo merengue a la menor oportunidad para que así pudiese completar su colección.
El segundo ejemplo de historia árabe está en Kairouan, la cuarta ciudad santa del Islam después de La Meca, Medina y Jerusalén. El calor es sofocante, ya hemos sobrepasado otra vez los 30º y las horas centrales del día no son precisamente las más adecuadas para conocer la ciudad. Ya lo dijo Asterix: "en Britania haz como los bretones" y si no se ve un alma por las calles lo mejor será descansar como hace su población. Las alfombras de Kairouan son reputadas en el mundo entero así que entramos en una de las tiendas que escoltan la Gran Mezquita. Sus vendedores son muy amables y correctos y salvo algún chaval más impaciente por sacar algunos dinares rápidamente, el resto son personas serenas y sin agobios. Mientras nos tomamos un té, nos contaban las diferentes calidades y variedades que sólo las mujeres, nunca los hombres, confeccionan concienzudamente siguiendo la vieja tradición del telar a mano.
El calor del mediodía se ha suavizado un poco y nos adentramos en la Gran Mezquita. Su aspecto exterior es el de una fortaleza sobria pero su interior alberga una sublime decoración de filigrana y artesonado a base de piedra, estuco, mármol y azulejos. Estábamos solos y el silencio reinante sólo estaba roto por el tintineo que dos fieles hacían al limpiar las lámparas de cristal que se descuelgan del techo a modo de araña. Los "infieles" no podemos entrar pero sí que podemos observar desde los patios exteriores su interior. Por estos patios se amontonaban por un lado los zapatos que los fieles deben quitarse para la oración y por otro las esteras que emplean para rezar cubriendo el suelo.
Desde la Gran Mezquita nos fuimos a la Zaouia de Sidi Sahab, también conocida como la "Mezquita del Barbero", así llamada porque se erigió en honor a un santo y amigo del Profeta que solía llevar tres pelos de la barba de Mahoma. Popularmente la gente empezó a llamarle el barbero del Profeta y se bautizó así a la mezquita. Los azulejos y el estucado invaden el interior de este edificio. Algunos peregrinos se tumban en las esteras extendidas en el patio porticado que da acceso a la sala que alberga la tumba del santo.
Uno de los peregrinos se dirige a nosotros en francés: - Hola, ¿sois italianos?. -Ese es error al que ya nos vamos acostumbrado. Los españoles todavía no suponen, curiosamente, un porcentaje representativo de los visitantes de Túnez y al oirnos hablar se creen que somos italianos (que sí vienen en gran número) - Somos españoles.-Le aclaramos. - ¿De dónde? Madrid, Barcelona, ... - Venimos de Ceuta, una ciudad española que está en el norte de África.- Proseguimos, saciando su sana curiosidad. - Norteafricanos también. Pero aquí hace más calor, ¿verdad?- Replicó con toda la razón del mundo. Eran las dos y media de la tarde y el bochorno del aire caliente era evidente en nuestros cuerpos. - Si, hace mucho calor. Acabamos de terminar la visita de la mezquita de Kairouan y hemos tenido que venir rápidamenta aquí, antes de que se cierre una hora para el rezo.- En Túnez, a diferencia de Marruecos, se permite la entrada a todos los patios de las mezquitas y permite que los amantes de arte nos deleitemos con estas obras de filigrana y arquitectura. Tan solo cuando llega la hora del rezo hay que abandonar el recinto para que los fieles hagan sus plegarias con el recogimiento que esta tarea exige. - Tomad esto, os aliviará del calor.- Nos dijo, mientras nos extendía un recipiente metálico en forma de pequeño butafumeiro. - ¿Qué es?. -Preguntamos curiosos. - Es agua aromatizada con flor de azahar. Extenderlo por el cuello, brazos y cara y os refrescará un buen rato. ¡Y en la calva!, añadió riéndose mientras miraba a Vicente. Y era cierto. La cristalina agua acompañada del suave y fresco aroma de azahar que se inhalaba al respirar nos proporcinó nuevas energías. Terminamos la visita con la compañía de este buen hombre y al final nos despedimos de él, dándole las gracias por todo.
A medida que avanzamos hacia el sur, resulta más fácil observar como las mujeres de más edad siguen cubriéndose con el típico sifsari, blanco, crema o negro según las zonas. Las mujeres bereberes, en cambio, visten con vestidos de colores muy vivos como fucsia, verde o azulón. Los hombres de edad más avanzada se sienten más cómodos con su chilaba y su chechia (los gorritos de fieltro rojo) o el gorro de estilo cordobés pero de paja, y es fácil verles con una ramita de jazmín apoyado en la oreja o en su defecto cualquier otra flor. En cambio, la juventud se ha adaptado a la moda occidental.

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